En mis casi 15 años ejerciendo el periodismo he tenido que enfrentarme a innumerables molinos. No han sido pocas las ocasiones donde he combatido censuras inexplicables, reclamos inconsistentes y silencios informativos, apelando siempre a enseñanzas que aprendí de Meñique. Ese pequeño personaje de la Edad de Oro que con astucia e inteligencia venció al enorme gigante.
No pocas veces me he transformado en Quijote para superar obstáculos…pero la paciencia tiene límites. Mi vaso se llenó con la última gota de irrespeto que sufrí en la más reciente experiencia reporteril. Fue un nocao profesional del cual no logro recuperarme.
Tres periodistas cienfuegueros, un camarógrafo y un fotógrafo nos alistamos desde bien temprano para cumplir una solicitud del partido provincial y la Región militar del territorio.
El escenario de nuestra labor era una apartada zona rural de Aguada de Pasajeros, el protagonista de nuestra historia; un joven egresado del servicio militar activo, devenido agricultor gracias a las bondades del Decreto-Ley 300.
Cuando llegamos al lugar, a primera vista todo parecía estar coordinado para realizar nuestro trabajo. Nunca habíamos visto una comitiva de fuentes y directivos tan completa.
Tal es así que la felicidad en casa del pobre duró poco. Nosotros, los periodistas del patio, no éramos los visitantes esperados. La bienvenida grandilocuente había sido preparada para un numeroso equipo de profesionales habaneros del canal educativo.
El saludo fue humillante:
“Ustedes no eran los que tenían que venir…Hace solo unas horas que nos enteramos de su participación…Deberían volver otro día …Para hacer su trabajo tienen que adaptarse al guión de los visitantes que son la prioridad.”
En fin nos sentimos extranjeros en nuestro propio patio. En escenarios donde infinidad de veces hemos descubierto historias y noticias que han sido publicadas en medios locales y nacionales.
Ante tal irrespeto traté de defender derechos. Pero la derrota profesional fue contundente. Era vergonzoso verme despreciada por paisanos ante un colega habanero con quien hace años compartí aula en un diplomado internacional de periodismo.
Al final los mal mirados hicimos lo que pudimos, mientras los bienvenidos quedaron allí trabajando a sus anchas…recibiendo atenciones esmeradas.
En la despedida una risa irónica…esa que esconde el consuelo de vernos partir.
No sé si el resto de mis colegas podrán contar la verdadera historia del joven. Si es así los felicito. Yo en cambio no pude hacer más que este comentario. Mis musas quedaron huérfanas ante la malevolencia de gigantes que encendieron un enorme candil a invitados…mientras los de casa permanecían a oscuras.
18 marzo, 2014 en 3:52 PM
Por experiencia sabemos que lamentablemente en otras ocasiones se ha “dado crédito” al sabio refrán popular que da título a tu reclamo- “candil de la calle, oscuridad de la casa”. Ninguna razón, ni un solo argumento, ni siquiera la proverbial hospitalidad que distingue a los cubanos, son razones para esta ofensa a la ética profesional, esa humillación, me atrevo a decir. Desde los derechos que te asisten en tu Código de Etica, el de la UPEC y el de los Cuadros del estado y el Partido Cubano, debes exigir al menos una disculpa – pública en tu colectivo laboral- al maltrato al que junto a tu equipo, a otros colegas, fuiste sometida…aunque nada va a menguar este insulto a tu profesión, a ti y a tu propia tierra…